
Ayer devolví a Arturo al aeropuerto y parece que fue ayer también cuando lo fui a recoger a Narita, le explique lo que era una tarjeta Pasmo y le enseñé como se sacaba una bebida de una máquina con ella. Todo eso como si fuese mi hijo mientras miraba la bebida en su mano alucinando.
Cuatro palabras en japonés mal enseñadas deprisa y corriendo para sobrevivir en la calle “kore”, “sumimasen”, “konichiwa” (se me ha olvidado la cuarta, pero conociéndome quizá era “manko”). Camino a casa para dejar las maletas, buscar un hotel cerca, salir corriendo a un Yoshinoya a comer unadon (bol de arroz con anguila) por apenas 3€. Yo a clase, el a la siesta. Encuentro en Hachiko por la tarde, esa estatua del perro al que parece que le han sembrado personas cerca…
Atrás quedan sesiones y sesiones de sushi. “Guatashi gua sushi daisuki des” es la frase que oigo cuando un japonés se burla de un occidental… Estos días me ha venido a la mente, en el Tsukiji o en algún que otro restaurante que hemos visitado. Pero quedan otras cosas, quedan… noches de parranda y risas como en los viejos tiempos, quedan… paseos en tren, queda… cena en “el restaurante de mis amigos” de Kamata (tengo otros amigos con otros restaurantes…), queda… un concierto de los Tokyo Milk Babies en el que Milk Suzuki se metió una barrita Pocky (como las Mikado de España) por el culo a mitad de concierto para ver si aguantaba (evidentemente no aguantó el resto de canciones y se desintegró), quedan… paseos con Fred y “mira esa”, “mira esa”, “mira esa”, entre otras cosas…
Por mi parte y andando de arriba a abajo acompañando a un turista, me he dado cuenta de que tengo que estudiar más… pero también es gratificante el ver que he podido desenvolverme cada día con mi japonés que aun deja mucho que desear. Para comprar un par de yukatas en una tienda. Para pedir lo que quiero en un restaurante. Para saber que me están diciendo en la puerta de la discoteca que si no voy acompañado de una chica no puedo entrar. Para mantener una conversación con un borracho que pregunta tres veces en cinco minutos de donde somos. Para gastarle alguna broma a las chicas del “Mister Donuts” (sólo a las guapas…) Para preguntar y desenvolverme entre las estaciones de tren y metro. Para pararle los pies a un japonés graciosillo que se quiere reír con sus amigos a costa de que somos extranjeros. Para mandar mails y saber donde se hace el concierto a una hora en tren del centro, buscar el sitio en el Google Maps del iPhone desde la estación y en un paseo plantarnos en el sitio sin perdernos. Para buscar una sala de billares y enterarme como va la cosa. Para pedir en un restaurante en el que el menú está en japonés y no hay un solo dibujo o foto. Para alguna cosa más que se me olvida…
He grabado algunos vídeos que aun tengo que encontrar un rato para volcar al ordenador, pero no he hecho ni una sola foto. Soy demasiado maniático para ilustrar una entrada con una tomada con la cámara de un móvil, no es que esté mal, son manías mías. Sin que sirva de precedente, tomé la de ahí arriba en una “Fiesta de la Cerveza” en la terraza de la octava planta de un edificio de Shinjuku.
Como ya he dicho antes, el salir más por ahí y entablar más conversaciones me ha hecho ver parte de los defectos y carencias de mi japonés (que son muchas). Me ha hecho darme cuenta que realmente hay que estudiar a la vez que, si se estudia, fácilmente se ven los beneficios…
Estoy de vuelta. Con los veintipico esbozos o apuntes de entradas pendientes. Con las clases más en serio, que los últimos quince días me los he tomado un poco a la bartola.
No se vayan todavía, aún hay más…